
Un mágico encuentro con el volcán Altar
Siento mi cuerpo vivo mientras camino sobre el empedrado que se dirige al volcán Altar. Caminando cuesta arriba no puedo dejar de pensar: ¿Soy capaz de lograrlo? ¿Llegaré a apreciar con mis propios ojos tan magnífico milagro natural?

Cuando decidí embarcarme en esta aventura, no sabía que esperar. Investigando un poco me enteré del coloso que se esconde tras el valle de Collanes cuya imponencia genera respeto y admiración de los viajeros que lo visitan. El camino es largo, muchas veces lleno de lodo, pero la promesa del maravilloso volcán extinto se convierte rápidamente en la motivación que necesitaba para ir. Nos embarcamos a la madrugada en un bus que recorrería los caminos hasta llegar a la Hacienda Releche, la entrada del volcán Altar, en la provincia de Chimborazo.
Pronto inicia la caminata: los bastones de trekking, botas de caucho y mi mochila con lo necesario se convierten en mis compañeros de travesía. Observo a mi alrededor el primoroso páramo y sus secretos: diversas plantas de colores que adornan el panorama, aves que cantan en las copas de los árboles, burros y caballos que pastan en la llanura, perros de páramo que alegremente trotan junto a ti durante todo el viaje. ¿Por qué no había escuchado antes sobre este paraíso?

Avanzamos unos metros y encontramos un letrero de madera que indica ¨Hacia el Altar¨. En este punto el camino cambia, el clima es impredecible y las lluvias han hecho que la tierra se transforme en fango por cantidades. Incluso los mismos habitantes de la zona, nos cuentan que no habían visto un lodazal de esa magnitud formarse en muchísimo tiempo. Nunca había experimentado un trekking así. Mis piernas se endurecen y con ánimo continúo adelante. Respiro profundo y mis pulmones me agradecen, aliviados. El sudor en mi frente es abundante, pero el viento sopla con fuerza y me alivia de inmediato.
Estar tanto tiempo encerrado en la ciudad definitivamente nos quita esa conexión con la naturaleza. Hay un vacío, la rutina diaria, los bloques de cemento que llamamos hogar o trabajo, el ruido, el tránsito, todo esto aturde el cuerpo, la mente y el corazón. El cansancio es extremo, pero aquí me siento con vida nuevamente. Al fin veo a lo lejos un escenario estremecedor. El Altar despejado con sus bellos picos de nieve me recibe, me abraza y me da bienvenida. Sinceramente ninguna fotografía le hace justicia. Esto es algo que se debe experimentar en persona.
Hago todo mi esfuerzo por avanzar y logro llegar hasta el campamento que llamaría mi hogar durante este fin de semana.Me recibieron con un plato de sopa caliente y muchas sonrisas divertidas que me animaron por mi esfuerzo al ser la primera vez que hago un trekking de esta magnitud. Compartimos risas e historias con mis compañeros, en la montaña llegas a conocer a gente apasionada y despierta. Uno puede aprender tanto de los demás. Pronto decidimos descansar para ir la mañana siguiente en búsqueda de la Laguna Amarilla.

Amanece con lluvia, todo el paisaje se siente helado, pero tomamos un café caliente y nos embarcamos con energía hacia la mítica laguna en el cráter del volcán. Nuevamente el cuerpo me reclama, está débil por la caminata de ayer pero esto no me detendrá. Gracias a Juan, uno de los mejores guías que he conocido, logré avanzar a pesar de la lluvia y pude admirar con mis propios ojos un regalo de la vida. Ni siquiera el viento gélido pudo desanimarme, la vista es incomparable. Las gotas de agua adornaban la mística Laguna Amarilla como cristales. Parecía salido de una película. El Ecuador es tan rico, y muchas veces no llegamos a conocer todos los tesoros que esconde.

No podía dejar de sonreír. Qué bendición, que milagro es poder vivir algo como esto. Somos humanos, pequeñas células en este universo tan grande. No podemos compararnos con estos colosos, ellos son los verdaderos dueños de la Tierra. Agradezco en silencio a la montaña por permitirme llegar hasta aquí, era lo que mi espíritu necesitaba.
De repente el torrencial aumentó y tuvimos que regresar al campamento inmediatamente. En este punto, ya sabía como moverme en el terreno lodoso y tuve mucho cuidado y tenacidad para volver. Las carpas de colores a lo lejos parecían un oasis, donde me estaba esperando una deliciosa comida. Cuando uno esta cansado, aprende a disfrutar y valorar las cosas más sencillas. Un sorbo de agua se convierte en un manantial, un poco de viento refresca el corazón. Mi espíritu está contento, pensaba que no iba a llegar, pero al estar sentada en este lugar tan mágico y lleno de vida, me doy cuenta de que soy capaz de lograr todo lo que me proponga.

Lo llaman Capac Urcu o “El poderoso o el señor de las montañas” con justa razón. Cuanto he aprendido al estar en sus faldas. A la mañana siguiente levantamos el campamento y comenzamos la caminata de regreso a Releche. La despedida es amarga, pero nunca olvidaré lo que viví en este lugar. Me siento diferente, algo dentro de mi cambió. Este tipo de experiencias nos permiten ver la vida con otra luz. Te inspira a ser una mejor versión de ti misma y sobre todo, te da las herramientas para que puedas lograrlo.
¡Nos volveremos a ver, Altar!
